martes, 29 de junio de 2010

Los hijos de la prisa

Somos hijos de la prisa. Nada más nacer tenemos ansias de crecer, de ser “grandes” o “mayores”. Queremos articular nuestras primeras palabras, dar nuestros primeros pasos... creemos que apurando tiempos alcanzamos más y más libertad.
En la infancia añoramos ser adolescentes. Soñamos con hacer lo que hacen aquellos chavalotes con granos y bigote incipiente, aquellas muchachotas adornadas con las más llamativas “pinturas de guerra”. Los intuimos como “seres libres” que entran y salen de dónde quieren y hacen lo que les viene en gana.
La pubertad nos hace todavía más torpes e inquietos. Vamos de un lado a otro con nuestra tontería característica, creyéndonos el ombligo del mundo, con prisas y a lo loco sin saber adónde nos dirigimos. Debemos de ganarle al tiempo, fumar lo antes posible, pillarnos las cogorcias que sea necesario, probar todo lo que se ponga a nuestro alcance y que nos parezca transgresor, coquetear con lo prohibido, pisotear las normas básicas de convivencia, marcar nuestro territorio expulsando a cualquier otro bicho viviente...
Sí, somos hijos de la prisa... y la prisa es la madre de la imprudencia. Somos imprudentes por naturaleza. La mayoría del tiempo que vivimos lo pasamos ansiando lo qué está por llegar sin disfrutar lo que realmente toca vivir. Tenemos que llegar antes como sea, y si se puede ser los primeros. La sociedad y nuestros genes nos lo demandan. Morir en la carretera, atravesando las vías del ferrocarril, atajando por lugares peligrosos... ¿Cómo vamos a perdernos el pitido inicial del partido de “La Roja”? ¿Qué pasará si abre la discoteca sin estar nosotros a la puerta? ¿Pondrán las copas en los bares sin estar nosotros? Tenemos que beber a borbotones todo lo que nos ofrece el mundo. Cuánto más mejor... y para eso tenemos que ser rápidos, esquivar obstáculos, quebrantar las reglas... hay que pisar el acelerador a fondo circulemos por dónde circulemos... y ¡qué se aparten!
Somos hijos de la prisa... hasta que nos hacemos ancianos. Ahí se acaban las prisas para dejar paso a la paciencia. Al deseo de congelar el tiempo. A la contemplación. Será ahí, si llegamos, cuándo nos daremos cuenta del mucho tiempo que hemos malgastado queriéndole ganar la carrera al reloj... el reloj corre demasiado, la única manera de ganarle es disfrutando de su tic-tac con toda la intensidad que podamos, quemando etapas.

0 comentarios:

Publicar un comentario